Por
María Inés Silva
Texto publicado en el nº 53 de la revista PAT, Patrimonio Cultural, de la DIBAM, Dirección
de Bibliotecas, Archivos y Museos. Diciembre 2012.
El
concepto de mediación cultural (MC) designa una amplia gama de intervenciones y
relaciones complejas que se producen entre las obras y los públicos. La noción,
ya instalada en las instituciones culturales europeas, surge en Francia en la
década del 60 y en los 80 se legitima ampliamente como estrategia de democratización
cultural que buscan favorecer el acceso a las artes y la cultura -tanto a nivel
físico, cognitivo como simbólico-, luchar contra la exclusión y fomentar de la
participación ciudadana en este ámbito.
La MC
designa una situación de comunicación, medios de interpretación, encuentros e intercambios
entre tres polos: los objetos de arte y cultura (y sus creadores), las
instituciones culturales que los acogen y los diferentes públicos que los aprecian.
La MC es responsable de generar progresivamente un diálogo que circule entre
estos tres polos, asegurar un acompañamiento para los públicos y contribuir al tejido
relacional entre un establecimiento cultural y sus usuarios. Este trabajo va
más allá de una simple traducción/explicación de propuestas artísticas, conocimientos
académicos, usos y valores definidos por un grupo: la MC tiene por misión promover
la interpretación de los proyectos artísticos y culturales, aportando las
herramientas necesarias para la construcción de una mirada crítica en el
público.
En términos concretos se materializa en acciones y productos que van desde la elaboración de folletos, hojas de sala, catálogos, paneles de presentación; sistemas de montajes que favorecen la interactividad y participación, implementación de visitas guiadas, audio-guías, conferencias, conversaciones y encuentros con los artistas, talleres de formación, entre otros, hasta el desarrollo programas de educación artística fuertemente vinculados al currículum escolar.
En términos concretos se materializa en acciones y productos que van desde la elaboración de folletos, hojas de sala, catálogos, paneles de presentación; sistemas de montajes que favorecen la interactividad y participación, implementación de visitas guiadas, audio-guías, conferencias, conversaciones y encuentros con los artistas, talleres de formación, entre otros, hasta el desarrollo programas de educación artística fuertemente vinculados al currículum escolar.
El
desafío primero es favorecer el acceso, lo que implicaría generar estrategias
para llenar los museos, los teatros, las salas de música, los centros
culturales. Pero ese “llenar” va más allá del conteo de entradas. ¿Queremos que
los visitantes sólo entren una vez o perseguimos que esa primera experiencia se
transforme en una práctica? ¿Buscamos que nuestro público observe pasivamente
lo que ofrecemos o que se abra a posibilidades de encuentro activo con las
artes, la cultura y, en definitiva, con ellos mismos en su dimensión individual
y social? ¿Pretendemos que los nuevos públicos correspondan a esas personas con
un capital cultural mayor, pero que hasta entonces no se interesaban? ¿O queremos
también penetrar en grupos considerados desfavorecidos o con menos recursos para
el desarrollo de prácticas culturales?
Es a partir de estas preguntas que las instituciones culturales deben definir sus objetivos frente a sus públicos, diseñar programas de mediación cultural y establecer indicadores para medir resultados e impacto. Se trata de generar procesos educativos, que modifiquen y hagan evolucionar los comportamientos frente a las prácticas culturales. Porque la disposición estética, como ya planteaba a fines de los 60 el sociólogo de la cultura Pierre Bourdieu, no funciona como un don innato; la sensibilidad se educa a lo largo de toda la vida en sus distintas instancias de sociabilización. Y si por diversas cosas de la vida, la familia no pudo aportar mucho al proceso, es necesario que la escuela y las instituciones culturales asuman esa responsabilidad.
Es a partir de estas preguntas que las instituciones culturales deben definir sus objetivos frente a sus públicos, diseñar programas de mediación cultural y establecer indicadores para medir resultados e impacto. Se trata de generar procesos educativos, que modifiquen y hagan evolucionar los comportamientos frente a las prácticas culturales. Porque la disposición estética, como ya planteaba a fines de los 60 el sociólogo de la cultura Pierre Bourdieu, no funciona como un don innato; la sensibilidad se educa a lo largo de toda la vida en sus distintas instancias de sociabilización. Y si por diversas cosas de la vida, la familia no pudo aportar mucho al proceso, es necesario que la escuela y las instituciones culturales asuman esa responsabilidad.
Pero
¿qué significa realmente “llenar” realmente un museo? Creo que el desafío se
relaciona con la posibilidad de completarlo en su complejidad; de lograr que
los objetos y tesoros que resguarda se encuentren complementados y acompañados
de manera permanente por esa serie de condiciones y acciones entendidas como mediación
cultural. Solo de esa manera la colección o exposición cobra vida para dialogar
con los visitantes, construir sentido y establecer una relación íntima y vital
entre objeto y sujeto. Entonces puede ocurrir lo importante: que cuando las
personas dejen el museo, teatro, sala de música o la institución que sea,
sientan que la experiencia que han vivido en su interior los ha dejado llenos.
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